El asedio al castillo

Suena el despertador a las 7:00. Abro la ventana y está más oscuro que la boca de un lobo. Tengo que darme muchísima prisa si no quiero llegar después de las 8:00 a Alcantarilla, el lugar de quedada. Se que voy muy justo, pero prefiero dormir un poco más y luego ir con prisas que madrugar más. Si madrugo más me pasa lo de otras veces, me quedo 5 minutos más en la cama y al final me quedo durmiendo. Tengo todo preparado de la noche anterior. Llevo los bidones llenos de un brebaje especial antipájaras y anticalambres, pues la bici la he tenido abandonada un tiempo a la pobre. Desayuno potente y a las 7:40 me presento en la gasolinera del Rollo a ver si está Carmelo, el veterano organizador de la ruta que dijo que iba a salir desde allí. Viendo que no había nadie decido tirar por carretera hacia Alcantarilla y justo antes de cruzar la esquina veo unos bikers de los cuales uno de ellos me sonaba del foro, pero no estaba seguro. Tenía que haber preguntado.

Meto algo de desarrollo, llevo alta cadencia y a eso de las 8:05 llego al Mesón la Rueda de Alcantarilla, dónde me encuentro con gente del foro como Diegorro, Alberto, Moscovita, Forlas, Zankas, Pulpito, El cura, Chipe, Pepetrek, MacGregor y algunos más que saludo para conocerlos. Un rato después llega un grupo de 3 bikers con Chache Fran a la cabeza. Ellos eran los de la gasolinera, también habían ido a esperar a Carmelo, que al final lo vemos que viene en coche porque se le habían pegado las sábanas. A las 8:30 salimos un grupo de 12 bikers.

Durante los primeros kilómetros, comentan algunos que se van a volver antes, lo que quiere decir que el grupo se reducirá. La ruta planificada es coger la Vía Verde y hacer kilómetros hasta que lleguemos a los 50 y medio. Darnos la vuelta y llegar hasta los 101 km, por igualar la cifra de kilómetros de la famosa marcha ciclista de Ronda. En la Contraparada cogemos la mota del río y por allí discurriremos hasta llegar a Alguazas, dónde cogeremos la Vía Verde. A esas horas de la mañana hay una pequeña bruma que inunda el valle del río, aunque no es tan espesa ni espectacular cómo otras veces. No hace demasiado frío, la alta humedad del ambiente ayuda a estabilizar el Mercurio y el viento está casi ausente. Está muy nublado, es probable que esté así toda la mañana, así como que nos caigan algunas gotas de lluvia. La tierra húmeda produce un sonido característico bajo nuestras ruedas. Hay algunos charcos, pero no hay demasiada agua como para que se acumule el barro. Hace un buen día.

Me sitúo cerrando el grupo, justo detrás de Diegorro y MacGregor, a los que voy escuchando su conversación sobre temas ciclistas y experiencias de algunas marchas tanto en bici como a pie. Éste último es el que más habla. Todo el grupo va hablando pero él creo que se lleva la palma. Es que no para en todo el rato. Es entretenido ir detrás de él. Además va avisando de los baches, las ramas de las cañas y los charcos, lo que indica que también está muy atento a lo de delante y se preocupa de avisar a los de detrás. Por el contrario Diegorro es más tranquilo. Se limita a comentar algunas cosas para darle continuidad a la conversación pero en general actúa mejor como receptor. Se ha juntado el que mejor sabe escuchar con el que más habla. Y yo detrás como espectador.

Con tanta conversación y sin darnos cuenta, llegamos a Las Torres de Cotillas. Allí hacemos un tramo de carretera algo peligroso. Los coches pasan a una velocidad que te desestabilizan del viento que provocan. En un repecho, adelanto posiciones y me sitúo en el centro del grupo. Una vez ahí le doy conversación a un biker con la equipación de Moto 5 que no conozco. Una de las cosas que me cuenta es que hizo la Integral de la Cabra sin guantes. Se los dejó en coche y se acordó cuando ya llevaba 5 kilómetros. Lo pasó mal en las sendas. Me lo imagino y la verdad es que tuvo que ser muy duro aguantar una ruta tan larga sin guantes. Terminó con ampollas claro.

También mantengo contacto con Pepetrek. No lo conocía pero me sonaba de algunas rutas del grupo de Alcantarilla. Hablando con él llegamos a la conclusión de que no es la primera vez que coincidimos. Con los demás no abro mucho el pico. La verdad es que voy concentrado en llevar una buena cadencia intentando no perder mucha energía pues la ruta es larga y yo ni siquiera se si estoy preparado. Salimos de Alguazas y por fin cogemos la Vía Verde. Estos primeros kilómetros no están muy planos, la pista no está del todo arreglada y nuestras gordas ruedas y flexibles suspensiones trabajan a destajo para absorber los baches. Mientras pasamos un huerto de albaricoqueros presencio la típica escena en la que algunos de nosotros se separan para orinar en algún árbol. Si en las conversaciones normales suele haber risas, en estas ocasiones algunos comentarios perspicaces y carcajadas son inevitables. Tras un buen rato de pedaleo tomamos un pequeño desvío y llegamos a un cruce en una carretera. Allí nos separaremos del grupo que se va a dar la vuelta antes. Nos hacemos la foto de grupo y continuamos la ruta 7 bikers.

Antes de llegar a Campos del Río nos hacemos un pequeño lío, pues la Vía Verde a veces se fusiona en una carretera y otras veces se bifurca de ella. Pasamos despacio por las calles del pueblo y no hay casi nadie. Sólo algunos perros sueltos y los dueños de los establecimientos. La gente estaría durmiendo, aunque sería eso de las 10:00 ya. Cuando salimos de Campos del Río la pista está mucho más adecuada. Se nota que las máquinas han pasado por allí para dejar el piso bien liso, y así podemos meter algún piñón más para alcanzar mayor velocidad. Algunas rectas son enormes, pero con la velocidad y la compañía ni te percatas de lo monótono que en realidad es el camino si fueras solo. Otras veces la pista se encajona entre dos paredes. En una curva Moscovita nos dice que nos imaginemos que viene un tren de frente. Contesto que no tardaría en empezar a subir por aquellas paredes aunque fuera escalando, pues la sensación sería bastante agobiante. Durante esos kilómetros recuerdo una interesante conversación con Carmelo y Zankas que nos lleva a temas metafísicos como el sentido de la vida, la muerte, la salud, la enfermedad, la calidad de vida… No nos conocemos prácticamente de nada, pero la confianza es máxima, es lo bueno de salir con esta gente. Siempre se dice que lo mejor de estas rutas es la compañía. Como digo, el camino es el que permite ir charlando sobre cualquier cosa. No hay cuestas ni sendas técnicas. También hablo con los otros dos Pepes y Moscovita sobre temas ciclistas y de cosas más cotidianas y “normales”. Advierto que “el cura” es algo más reservado, haciendo honor a su nick, pero en el fondo luego compruebo que también es un cachondo como todos.

Frente a la monotonía de los grandes campos, algunos de cultivo y otros simplemente labrados, cruzamos en unos puentes muy altos varias ramblas que me impresionan mucho. Son dignas de parar a disfrutar un rato, pues el fondo está frondoso y hasta en una de ellas baja bastante agua. En una de ellas salen despedidos del puente muchísimos  pájaros negros, del tamaño de los mirlos, que estaban divisando la rambla desde allí en busca probablemente de algo para llevarse al pico.

Los kilómetros y las charlas van pasando hasta que divisamos el castillo de Mula. “El cura” de pronto dice de broma que si subimos al castillo de Mula y al principio nos lo tomamos a broma. Moscovita y yo tampoco habíamos estado y poco a poco hablando, vemos que la posibilidad de acercarnos no era descabellada. Propusimos la idea al grupo en serio y como la ruta estaba siendo muy monótona parece que esa alternativa le daría algún aliciente. Convencimos al resto y tiramos directos al centro de la ciudad. Desde el momento en que entramos a Mula los ánimos del grupo cambiaron. Una vez en el centro preguntamos por dónde se subía y tras equivocarnos en un cruce y preguntar a otra persona mayor de por allí, llegamos a lo que parecía el inicio de la subida.

Aquí algunos iban más picados que otros y al final nos separamos. Cada uno iba a su ritmo, yo me quedé entre los de atrás, por mi forma física y también para disfrutar del valle que había a nuestra izquierda. Era la parte de detrás del cerro, la cara norte, y desde allí se veía un pequeño valle con su huerta llena de limoneros y frutales en general. La pendiente no era muy excesiva y las curvas en herradura le daban un punto de entretenimiento a la subida, que al final se me hizo corta. Una vez arriba el castillo sorprende porque por esta cara parece mejor conservado que por la cara sur, la que da al pueblo, que parece que está más deteriorada. Nos dimos una vuelta por los alrededores, pero no pudimos entrar, ya que había una verja que lo impedía. Por dentro parecía también que estaba reformado, y seguramente la puerta esté abierta otras veces al público. Por momentos comprendes lo que llegan a sentir las personas de épocas antiguas que habitaban en el castillo. Allí arriba se tiene la verdadera sensación de dominación del territorio, es como si lo controlaras todo.

Nuestro objetivo ahora es parar en algún sitio a tomar un refrigerio. Y sin demorarnos mucho, emprendemos la bajada esta vez por el lado del pueblo, por un camino más zigzageante aún y con mucha más pendiente. Llegamos a la parte más alta del pueblo y pasamos por calles estrechísimas, curvas cerradas entre las casas y en muchas de las calles tenemos que jugar con los brazos para bajar algunos escalones. El descenso urbano se nos hace muy entretenido. Una vez abajo nos encontramos que es día de mercado y tenemos que atravesar toda una calle con puestos y gente. En la ida habíamos visto un sitio que Zankas nos recomendó llamado Restaurante El Cristo, y allí fuimos a parar. El sitio la verdad es que mereció mucho la pena. Dentro del restaurante había un patio exterior con sus parras y enredaderas para cubrir el sol. Estaba todo muy bien cuidado. Lo curioso fue que tuvimos que atravesar por medio del bar con las bicis, ante la mirada atónita de los que estaban en la barra y en las mesas.

Una vez sentados, lo que parecía un pequeño almuerzo casi se convierte en una comilona con mayúsculas. De beber pedimos un par de litros y una jarra de vino que según decían estaba de vicio. Para comer habría que hacer casi una lista porque fuimos pidiendo conforme se acababa la comida. Lo primero fue la magra con tomate. Para mí lo mejor, estaba realmente de muerte, tanto la magra como su salsa. Nadie tuvo que devolver al plato ningún tozo de fibra o grasa, lo que indica la calidad de la carne. Después llegaron platos de ensalada con tomate, olivas y tallos, embutido variado, migas, un plato de caracoles pedido expresamente por Moscovita y el petardazo final. Belmontes para todos menos para mí, y un chupito de un licor llamado Limoncello que aunque yo no soy de bebidas alcohólicas me gustó muchísimo. Muchos repitieron, y creo que la botella la dejaron vacía o casi vacía. No hace falta decir que durante todo el almuerzo hubo risas a tope. Aún así, con todo lo que comimos, algunos se quedaron con ganas de más. Había una barbacoa con brasas pidiendo carne para asar, pero menos mal que algunos paramos los pies a los más hambrientos. Antes de irnos el camarero nos preguntó dónde íbamos y cuando lo respondimos que todavía teníamos que volver a Murcia agitó las manos como cualquiera tras ver la hora que era y lo que nos habíamos metido entre pecho y espalda.

Para la vuelta ahora íbamos contentillos. Los primeros kilómetros de Vía Verde los hicimos a buen ritmo para coger calor, pues en el patio se nos había enfriado el sudor. Todos nos olvidamos lo de los 101 km, la verdad es que había merecido la pena el desvío a Mula. Al poco de salir tuvimos un pequeño pinchazo que reparamos en 5 minutos. Seguimos a buen ritmo casi toda la vuelta. Ahora hablábamos mucho menos, por el ritmo probablemente. Llegando a Alguazas nos desviamos por la carretera para ir más rápido y en unos repechos se dividió mucho el grupo y tuvimos que hacer varios reagrupamientos pues cada uno iba a su ritmo en las cuestas. Una vez en la mota del río seguimos yendo rápido, hasta que pasada la contraparada, en el desvío que iba hacia Alcantarilla yo me despedí para seguir hasta Murcia y los demás hacia el punto de partida.

Los 12 km de mota del río en solitario se me hicieron eternos. No había nadie y parecía que no pero el día me había pasado factura. Sabía que el ritmo de los últimos kilómetros no era el mío y de hecho ahora que iba yo solo, llevaba una velocidad un poco deprimente. Al no ir acompañado, percibía más cansancio. Al rato subí un piñón y al rato otro. Empecé a sentir los síntomas de la pájara, pero con el bajo ritmo que llevaba no me llegaba a dar el tío del mazo. El culo lo llevaba hecho un destrozo, y lo peor es que apenas podía levantarme para cambiar la posición en la bicicleta. La sensación que tanto andaba buscando ya la había encontrado, y menos mal que ha sido aquí, si llega a ser una hora antes habría retrasado a todo el grupo. A ritmo de caracol seguí unos kilómetros hasta que a la altura de la Raya me detuve a tomarme un plátano, tres ciruelas secas y un buen trago de mi bidón con sales. Fueron unos escasos 5 minutos bien aprovechados, pues después me sentía mucho mejor. De hecho, hasta parecía que me dolía menos el culo. Una cosa positiva es que no me dio ningún calambre, creo que fue gracias a la hidratación y sobretodo a la elevada cadencia que llevé todo el rato, pues con el escaso entrenamiento de mis cuádriceps, me podría haber visitado el tío de la hidroeléctrica más de una vez.

Ya al final, lo bueno es que se te alegra la vista cuando llegas a Murcia por la mota, porque poco a poco empiezas a ver la torre de la Catedral, el cuartel de artillería, el puente colgante de Calatrava, la entrada del Malecón, el Plano de San Francisco que en general es precioso con el mercado de Verónicas y el museo Almudí. Luego sigues y cruzas la Gran Vía, el Puente Viejo, el Hotel Victoria, la Glorieta, la Convalecencia. Como a esas horas (casi las 15:00) vas casi solo, valoras más los edificios que normalmente ni te fijas. Luego la calle Correos es un fijo para volver de una ruta en bici, la curva de la Merced que mola hacerla rápido, y ya poco más hasta la Flota dónde me espera una ducha caliente y un platazo de arroz que no se lo salta un galgo.

Sinceramente llevaba ya un tiempo queriendo hacer una ruta de éstas largas, una ruta de llegar a tu casa casi apajarado. No se si será por las endorfinas que se secretan tras el agotamiento pero creo que este tipo de rutas enganchan. En general este deporte engancha. Es diferente a los deportes de equipo, aunque para mí es más complicado pues se necesita más tiempo. Estaba una temporada sin salir y hoy he retomado todas las sensaciones que se pueden experimentar sobre la bicicleta. Y no sólo eso, para mí es muy importante el hecho de disfrutar de la compañía y las risas de la gente de la cabra. Cada vez me sorprenden más. Sin compañía salir en bici es mucho más aburrido. En fin. Hoy he terminado exhausto pero ha merecido la pena. Una nueva dosis de esta droga. Es lo que quería.

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